Tradición en la vanguardia
La primera vez que tienes ante ti la partitura general de una obra compleja sientes hallarte sumergido en un paisaje abisal: se te impone, allí hay de todo, cualquier cosa constituye un mundo. Piensas que toda obra maestra adquiere siempre esta apariencia; pero no: en cualquier obra cabal, como la nota tenida y solitaria de un instrumento en alguna página de R. Strauss, o la desolada queja de un clarinete bajo en Wagner resuenan con la amplitud de un conjunto numeroso; esa nota, ese sonido pueden constituir un panorama entero y tupido. Creer otra cosa es un espejismo ingenuo.
La primera vez que tuve ante mí una obra de Constancio Hernáez me percaté de que la más sencilla nota, la más inocente sonoridad constituían filones de rico metal, prometedores anuncios de hallazgos futuros. Que todo allí está inmóvil, que allí no pasa nada es tan sólo una engañosa visión.
Su frase, tersa y tensa, se sustenta en ritmo esencial, incisivo. Los pasajes más sosegados albergan marcadas tensiones y son cauces de estallidos resolutivos.
Su instrumentación fabrica un recinto de convivencia de pasado y presente, modelando, así, su propio lenguaje del momento. Ello demuestra la presencia buscada de la tradición en las obras que la precisan. Se percibe en algunos pasajes el aliento de referencias del pasado, que mantienen su vigencia en la inquieta búsqueda de los músicos de hoy. Este respeto y esta acogida subrayan, afirman la personalidad integradora de nuestro autor.
Dejemos bien sentado que a Constancio Hernáez no le obsesiona reproducir fórmulas que la moda impone; fijo en su idea, tan sólo se entrega –se abandona- a su propio pensamiento, que coincide, como en todo creador sincero, con lo que siente; de esta manera, los que escuchamos su música entendemos con el corazón.
Si consideramos su música vocal, nos damos cuenta enseguida de que las voces son su voz; formalmente, la línea de canto recorre terrenos y límites de controlada osadía: nuestro autor arriesga sin cesar. Ciertas tesituras y texturas sonoras representan, como el oído las percibe, anhelos y desesperanzas.
Lo vocal y lo instrumental son vehículos necesarios con que su pensamiento se atavía de raíces y ecos telúricos sin complejos; un pensamiento capaz de materializar perplejidades sonoras derivadas de constantes sorpresas armónicas.
¿Para cuándo la audición y publicación de esa obra sinfónica de ancho aliento que esperamos?
Aldo Cano